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Capítulos de La Vida en un Pueblo Indígena de Guatemala
[Introducción[ I. Niñez ] II. Cortejo y Matrimonio ] III. Vida Matrimonial ] IV. La Muerte y Mas Allá ] V. Consideracions Culturales ]
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Un niño nacido en San Pedro está destinado por su herencia biológica a poseer rasgos físicos que lo señalan como indígena. Pero, fuera de la apariencia física y posiblemente de una ligera variación en el temperamento, no está ni más ni menos predispuesto a pensar y a comportarse como un sampedrano desde su nacimiento, que un francés, un chino o un norteamericano. Sin embargo, toda evidencia indica que el niño crecerá hasta llegar a hablar y actuar de la misma manera que sus padres y amigos de San Pedro, debido a una serie especial de circunstancias que moldean su desarrollo desde la niñez hasta la edad adulta.

Aun cuando en los años posteriores las experiencias de la infancia no dejen huella en la memoria, sí la dejan en la personalidad del individuo. Un tratamiento desagradable al principio puede afectar su capacidad para una adaptación social satisfactoria como adulto, aunque ello dependa de la clase de cultura o sociedad en la que está destinado a vivir su vida.

Por lo general, los niños en San Pedro reciben buenos cuidados y escapan a la frustración determinada por horarios fijos de alimentación y exigencias de limpieza, característicos de otras sociedades. Se les viste bien y sus pañales son cambiados con frecuencia. Durante el día duermen cómoda y seguramente en una hamaca, y en la noche comparten la cama de la madre. Se les ofrece el seno cuando lloran, y si la madre está ausente temporalmente, una hermana mayor u otra mujer de la casa calma al niño tomándolo en brazos.

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Tanto las mujeres como los hombres son indulgentes y expresivos en el cuidado de sus hijos. Cuando el tiempo lo permite, una madre se sienta en la hamaca. meciendo al niño en sus brazos, mientras le canta una canción de cuna. Un padre, después de descansarse al regreso del campo, juega afectuosamente con su hijo, haciéndolo saltar sobre su rodilla y riéndose de sus travesuras. Las hermanas mayores tratan con ternura a los niños que se les encargan y comparten el orgullo de sus padres acerca de las habilidades del niño cuando principia a gatear o a dar sus primeros pasos.

Se toman muchas precauciones para proteger la salud del niño; unas prácticas, y otras con base en supersticiones. La gente no hará alarde de sus hijos ni los expone más de lo necesario en publico por temor al "mal de ojo." En la calle, se oculta al niño con un chal o rebozo. Su rostro se muestra públicamente por primera vez cuando se le bautiza en compañía de otros niños, de sus padres y padrinos, quienes se reúnen en la iglesia aprovechando las visitas periódicas del sacerdote.2
Por regla general, el bautizo se aplaza hasta que el niño tenga cerca de seis meses. Las razones que comúnmente se dan de este aplazamiento son la dificultad de pagar los honorarios o las raras visitas del sacerdote a San Pedro. En realidad los padres tienen temor de mostrarlo a las personas que se agrupan en torno de la pila bautismal y, por ello, a la posibilidad del "mal de ojo", antes de que tenga la suficiente edad para resistir el peligro. Las maestras quienes residen temporal-mente en San Pedro para el desempeño de sus labores son las preferidas como madrinas, ya que no se las considera indígenas y se las tiene como más conocedoras del mundo.

Desde temprana edad se principia a alimentar a los niños con atole de maíz y pedazos de tortilla, pero se les continúa dando el seno hasta que tienen de doce a dieciocho meses. La razón usual del destete es la gravidez avanzada de la madre. Se cree que la leche es dañina para el niño que mama cuando la madre está en el cuarto o quinto mes de embarazo.

Comúnmente, una madre da a luz cada año y medio o cada dos años, y llega a tener de seis a doce hijos. Sin embargo, sólo la mitad, o menos, sobrevive; la mayoría de las muertes ocurre a temprana edad debido a infecciones u otras enfermedades. La anticoncepción no se practica, o por lo menos no se aprueba. Algunas parejas no procrean, pero tales casos se consideran raros y se atribuyen, sea a la "sangre fuerte" de la esposa o la infortunada coincidencia de "sangre débil" en los dos cónyuges. El concepto de fuerza en la sangre se aproxima a lo que podríamos llamar fuerza de carácter o personalidad vigorosa. De los padres se dice metafóricamente que llevan el destino de sus hijas sobre sus espaldas, y de las madres, que controlan el destino de sus hijos.

Los niños que están en edad de gatear son llevados por medio de un rebozo de un lado a otro, en lugar de ser dejados por largos ratos sobre el piso, donde corren el peligro de voltear ollas, de quemarse en el fuego o de contraer disentería o cualquier otra enfermedad del propio suelo. Se les ayuda a dar los primeros pasos, pero no se les obliga a caminar. No se hace ningún esfuerzo para enseñarles los usos y costumbres del retrete hasta que tienen la edad suficiente para hablar y caminar. Cuando ya tienen dos o tres años, se les estimula a que salgan al patio cuando sientan la necesidad. Más tarde aprenden a utilizar el retrete situado fuera de la casa. Además de algunos ardides para avergonzarlos, no se utiliza el castigo para apresurar su adiestramiento en el uso del retrete.

Puede decirse, tomando en cuenta todos los factores, que durante el primero o los dos primeros años de vida los niños son tratados con benignidad y gozan del trato efectivo y tolerante que en la actualidad es recomendado por los psicólogos infantiles en los Estados Unidos. Pero, una infancia tranquila, de por sí, no es augurio de un modelo de personalidad adulta. Mucho depende de la naturaleza y carácter de las experiencias subsiguientes dentro y fuera del hogar, así como del sistema de valores y de ideas transmitidos por la cultura. Los niños de San Pedro llegan a convertirse en individuos capaces y productivos, quizás tan bien adaptados que el promedio de los seres humanos en la mayor parte de las otras culturas. Aun así, como veremos más adelante, están muy lejos de carecer por completo de temores, sospechas y fricciones. Parte de la explicación de ello puede encontrarse en el cambio bastante súbito que experimentan los niños, en su tratamiento, al graduarse de la infancia a la niñez.

El niño destetado, que se ve desplazado por un niño que mama, interpreta la pérdida de una atención constante como señal de rechazo y hace saber su desagrado por medio de
excesos de petulancia, berrinches y cambios rápidos en su estado de ánimo. Las madres, ocupadas como están en las tareas de la casa, tienen poco tiempo para dedicar a los niños mayores después de atender las necesidades de un niño de pecho. El niño más joven, que le sigue, no es en realidad menospreciado, pero tampoco se puede ser tan indulgente con él en la forma como se ha acostumbrado. Mortificado por el contraste, permanece resentido hasta que el que le hace la competencia es a su vez destetado. Siendo ahora ya el tercero en edad, logra una nueva adaptación, asumiendo una actitud obediente hacia la madre y solícita hacia los niños menores. Los padres y los familiares hacen cuanto está a su alcance para suavizar la frustración del niño recientemente destetado, ofreciéndole frutas y dulces y mostrando tolerancia para sus paroxismos emotivos. En el momento oportuno, esta tolerancia será retirada y en su lugar se introducirán métodos más severos para asegurarse de la obediencia.

Al llegar a la edad de cinco o seis años, el niño aprende a someterse a la autoridad, a mostrar deferencia a los miembros mayores de la casa y a asumir la responsabilidad del cuidado de los menores. Descubre que hay recompensa en el cumplimiento del deber, no tanto en la forma de aprobación de lo que hace, sino en la evitación del castigo físico y de la censura verbal.
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Entre nuestras familias urbanas son pocas las veces que los niños pueden ayudar a sus padres en sus ocupaciones especializadas, u observarlos en ellas. Este no es el caso de San Pedro. Los niños indígenas de ambos sexos obtienen su preparación a una edad muy temprana, ayudando a sus padres o por medio de juegos que los preparan para las actividades adultas.3 Los niños acompañan a sus padres al campo tan pronto como tienen suficiente fuerza para caminar la distancia necesaria. Aun antes de que sean lo suficientemente fuertes para prestar ayuda activa en las cosechas, los de cinco y seis años pasan largas horas en el campo ahuyentando los pájaros atraídos por la recién sembrada semilla de maíz. Regresan al pueblo con un haz de sácate silvestre para el ganado o de leña para el fogón de la casa. Antes de que pase mucho tiempo, aprenden a manejar el azadón y el machete (que sirve para muchos fines) y acompañan a sus padres en los viajes a los pueblos donde hay mercados.

Entre las edades de cuatro y seis años, puede darse a una niña unos cuantos centavos y un plato para que vaya a la carnicería a comprar media libra de carne de res. Ayuda a su madre a desgranar maíz para las aves de corral. Barre la casa con una escoba de mango pequeño. Sigue a su madre cuando ésta va al lago y regresa con un cántaro en miniatura lleno de agua, sostenido en la cabeza con una mano hasta que aprende el necesario sentido del equilibrio. Se arrodilla ante una pequeña piedra de moler para pulverizar granos de café. Cuando cumple los siete u ocho años principia a moler maíz para tortillas. También a esta edad se convierte en pequeña madre para una hermana o hermano menor,.a quien lleva de un lado a otro entre un reboso que le cuelga de un hombro.

Otro mecanismo educativo es el aprendizaje por medio de la participación en juegos. Los juegos constituyen diversi6n y recreación, pero por su misma naturaleza son también fuente de adiestramiento para la vida adulta. Los niños poseen unos cuantos juguetes, como muñecas, platos, trompos, pelotas y animales de juguete comprados en los mercados. Sin embargo, la mayor parte de los materiales de juego son objetos improvisados en el propio patio. Una gran cantidad de temas de juego son representaciones de las actividades de los adultos. Niños muy pequeños de ambos sexos juegan con muñecas. Un niño puede pretender que la muñeca es su esposa, y le da instrucciones para que cuide de la casa mientras va a trabajar o sale en un viaje comercial.
Entre los pasatiempos favoritos están los juegos de ir al mercado, para los que utilizan trozos de objetos de cerámica a guisa de dinero; imitaciones de procesiones religiosas con tambores de juguete y muñecas que hacen de santos; y el juego de sentarse en la montaña. Este último consiste en la captura y castigo de un malhechor. Un niño puede ser acusado de haber golpeado a su hermano. El huye a la cima de un volcán, representado por un promontorio de tierra. No puede escalar el volcán y sus perseguidores excavan el pie de la montaña hasta que el culpable cae hacia atrás al derrumbarse el promontorio. Luego se le da una tunda como castigo por su fechoría.

Las niñitas se ocupan en el patio imitando tareas caseras, trayendo agua, lavando ropa, atendiendo muñecas y moliendo maíz en piedras improvisadas. Hacen cinturones en miniatura tejiendo tiras de hojas de maíz en un telar construido de ramas y palos. Cuando son mayores, pero no aun adolescentes, juegan imitando el cortejo y la fuga.

Un observador foráneo, que observa atentamente las actividades informales de juego en San Pedro, puede percibir a fondo las características, ocupaciones y preocupaciones, actitudes e ideales de la comunidad adulta. Las representaciones espontáneas de las actividades de la vida real y la dramatización de episodios con implicaciones morales, como el juego de castigar al culpable, preparan a los niños para las responsabilidades adultas y moldean sus juicios para adaptarlos a los de su cultura. En este sentido, los pasatiempos y los juegos infantiles son, en efecto, una parte informal, pero no por ello menos real, del sistema educativo.

Los niños y niñas hacen los mismos mandados y practican los mismos juegos hasta que cumplen los cinco años. Al alcanzar esta edad se dan cuenta de las diferencias sexuales. Los niños principian a resistirse a hacer el trabajo de las niñas. Un niño que gustosamente iba solo a hacer una compra a la tienda del pueblo cuando tenía cuatro años, a los cinco exige que una niña vaya con él para que lleve la canasta. Ello está .ahora por debajo de su dignidad. Seguirá limpiando el patio, pero él esperará que su hermana se encargue de la tarea de barrer dentro de la casa. Los niños aprenden lo que es apropiado para su sexo, no sólo por medio de la observación y la imitación, sino también al sufrir las mofas de sus compañeros de mayor edad. Cuando tienen siete u ocho años, los niños y las niñas no sólo desempeñan diferentes tareas, sino juegan aparte y van a las escuelas separadas.4
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. Las leyes del país exigen que los niños asistan a la escuela hasta que hayan completado tres grados o cumplan los catorce años. Sin embargo, la inscripción obligatoria no se pone esforzar rigurosamente, ya que las autoridades nativas de San Pedro consideran que la asistencia a la escuela es más una obligación que una oportunidad. Para la mayoría de los padres, la educación formal no tiene un valor práctico. Creen que como resultado de la asistencia a la escuela, sus hijos pueden llegar a ser perezosos y. a desacostumbrarse al trabajo en el campo. Se preguntan irónicamente: "Va a servir para que nuestras hijas hagan mejores tortillas?" La mayoría de los niños ingresan en la escuela con temores. El maestro común sólo tiene un conocimiento superficial de la cultura indígena; tiene poco aprecio de las costumbres nativas y no habla la lengua local.

Las clases se dan en un edificio con un largo pórtico frente a la plaza central. El edificio está dividido en sendas escuelas para niños y niñas, cada una de las cuales tiene tres grados. A los niños se les enseña a escribir, leer y hablar español y reciben instrucciones en aritmética, historia, geografía y tópicos tales como plantas, animales y partes del cuerpo. Los textos y materiales de enseñanza son escasos y gran parte de la instrucción consiste en el aprendizaje de memoria de listas de objetos y definiciones que no guardan relación alguna con la experiencia diaria.
En los últimos años se han tenido las clases para los niños más pequeños en la lengua maya Tz'utuhil pero en 1950, cuando Ben Paul escribió este artículo, los niños tenían prohibido hablar Tz'utuhil en las escuelas públicas.
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Existe poca oportunidad para que un estudiante inteligente pueda continuar su educación más allá del tercer grado. El costo que implica sostener a un niño en una escuela secundaria lejos de la casa es prohibitivo. En raras ocasiones, una de las familias protestantes de San Pedro envía un hijo a una escuela misionera sostenida con subsidios, y en la que el niño puede terminar seis grados y posiblemente convertirse en maestro de escuela.

Las niñas pierden rápidamente los conocimientos de español que adquirieron en la escuela. Tienen pocas oportunidades de usarlo y las otras mujeres del pueblo las ridiculizan si lo intentan. Los niños tienden a retener sus conocimientos del español hablado, porque lo utilizan en sus relaciones comerciales con extraños. Pero, por lo general, el niño sampedrano aprovecha bien poco la escuela, en relación al tiempo que le dedica.

El inadecuado sistema educativo es una herencia del régimen dictatorial del general Ubico. El actual gobierno de Guatemala, ansioso de hacer de las escuelas rurales algo útil y que llene sus objetivos, en lugar de ser algo negligentemente superficial, inició hace poco un proyecto de adiestramiento de maestros y revisión de programas de estudio.
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