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Chapters of Life in a Guatemalan Indian Village
[Introducción] I. Niñez ] II. Cortejo y Matrimonio ] [ III. Vida Matrimonial ] IV. La Muerte y Mas Allá ] V. Consideracions Culturales ]
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Sea que la muchacha llegue a su nueva casa por medio de la fuga o de arreglos entre los padres, su primera noche allí es desdichada por lo general. Permanece sentada y llora, o se ensimisma en un silencio malhumorado. Además del temor natural a su marido, se siente sola en un ambiente que no le es familiar. No es si no hasta ahora, por contraste, cuando se da cuenta de cuánto ha dependido de sus padres y de su hogar para su seguridad. Aparte de los familiares, la intimidad de su casa ha sido pocas veces violada por la intromisión de visitantes casuales. Hay gente que ha llegado a la casa para tratar asuntos formales, pero que, de acuerdo con la costumbre, respetuosamente ha permanecido a la puerta. A la inversa, en pocas ocasiones ha tenido ella que visitar otras casas, con excepción de las de los miembros de su familia. Este respeto casi aterrador a la vida privada de los demás hace que un ajuste emotivo a un nuevo y desconocido hogar sea una experiencia aterradora. A despecho de toda lógica, se siente perdida, avergonzada y amenazada al mismo tiempo.

Ha sido integrante de grupos de muchachas, pero nunca ha comido o dormido fuera de su casa. Difiere en este sentido de los jóvenes adolescentes que con frecuencia duermen en la casa de un compañero, aun cuando no coman allí. Si es el marido quien se une a la familia de la esposa, por regla general es él quien descubre que la noche de bodas es demasiado larga y que las pulgas están muy activas. Pero su soledad no será tan grande y en unos cuantos días se sentirá adaptado en grado razonable.

No existe luna de miel. A la mañana siguiente a la primera noche, y cada mañana después, la esposa se levanta a las cuatro de la madrugada, juntamente con el resto de las mujeres de la casa, a moler maíz para las tortillas del desayuno, a la tenue luz de la llama de una lámpara de kerosene. El novio y los demás hombres de la casa se levantan una hora más tarde. Al encontrarse por primera vez en la mañana, la muchacha toma la mano de su suegra y hace ademán de besarla, saludándola con la frase convencional: "¿ Cómo está usted, mi suegra?" Esta última responde al saludo llamando a la muchacha "mi nuera". La novia cambia saludos formales con su suegro de manera similar. En caso de que ambos suegros aparezcan al mismo tiempo, ella saluda primero al padre, de acuerdo con la etiqueta que predomina. En la casa de sus padres ha hecho lo mismo todos los días como señal de respeto a la autoridad. Su esposo ofrece sus respetos a sus padres de la misma manera al levantarse. Pero no hay necesidad de que los cónyuges se saluden formalmente en esta ocasión. Es más, casi nunca tienen oportunidad de hablarse durante la parte inicial de su matrimonio.

En la primera mañana la suegra indica a su nueva nuera que lleve a su esposo un poco de agua para que pueda enjuagarse la boca y lavarse las manos. Luego le dice que le lleve su desayuno, "porque es tu esposo y no tienes por qué sentirte tímida". El novio y los otros hombres de la casa beben su café y comen frijoles negros, tomándolos del plato con tortillas, a manera de cucharas. Pronto salen hacia el campo, llevando consigo su almuerzo. Las mujeres no comen sino hasta que los hombres han desayunado.

Los recién casados tienen una cama propia, o por lo menos un petate en el suelo, colocada en un cuarto separado, si es que hay uno disponible. Pero muchas familias ocupan casas de un solo cuarto y la pareja de recién casados con frecuencia debe contentarse con solo el aislamiento que les presta la oscuridad y una esquina separada del cuarto.

Debido a que los niños duermen en el mismo cuarto que sus padres, y con frecuencia en la misma cama, puede suponerse que no crecen tan inocentes acerca de las prácticas sexuales como pudiera deducirse de lo que ellos cuentan más tarde. La relación entre el niño y sus padres se caracteriza por el respeto, más que por la intimidad. Los niños aprenden a no pedir a sus mayores que les clarifiquen ciertos conocimientos o detalles sexuales que llegan a sus oídos. La vergüenza y el temor a la censura son muy eficaces para impedir la expresión abierta de tales curiosidades. Tampoco sienten los padres la necesidad de discutir este tópico prohibido. En presencia de los niños, o aun entre ellos, los adultos hacen uso de la frase tradicional, "se están hablando", para referirse a una cuestión sexual. A los niños se les dice que los recién nacidos son comprados a comerciantes o a extranjeros visitantes.

Los padres tratan de resguardar la virtud de su hija, no tanto por la comunicación de preceptos morales como por la protección de los peligros y de la tentación. Las jóvenes aprenden que la buena conducta consiste en evitar el contacto estrecho con los hombres y con los muchachos. Se les advierte que de no cumplir con este mandato, se exponen a lamentables consecuencias que no tienen nombre. En ello los padres no están del todo equivocados.

Las adolescentes deben estar mejor informadas de lo que jamás admiten, ya que los hombres ocasionalmente se toman libertades con ellas, sobre todo cuando el licor los vuelve audaces durante las fiestas, y las muchachas se comunican los chismes acerca de incidentes de este tipo. Sin embargo, la información sobre tales cuestiones adquirida de esta manera, por muy ávidamente que se absorba, lleva consigo una parte de información errónea y tiene un tinte de vergüenza y de peligrosidad. Por ello no es sorprendente que las muchachas se muestren con aprensión en la primera noche de su matrimonio.

Las esposas ocultan la menstruación a sus maridos. A las hijas se les advierte que si sus esposos se dan cuenta de ello, pueden acusarlas de brujería y expulsarlas de la casa. Puede muy bien ponerse en duda la supuesta ignorancia de los hombres, pero el hecho es que el misterio que rodea a esta cuestión puede conducir a malentendidos y conflictos.
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Además de los problemas de la adaptación inicial, los motivos de fricción doméstica más frecuentes son la distancia social entre los sexos y la proximidad física entre suegra y nuera. La distancia entre el hombre y la mujer puede salvarse bien poco con el matrimonio. La esposa continúa siendo vigilada, principalmente por otras mujeres, y el joven esposo, quien goza de mucha más libertad, continúa pasando sus horas de ocio con sus amigos en lugar de compartirlas con su esposa. Ello no se hace por una falta de consideración sino como respuesta a una expectación social. Un hombre que es excesivamente atento con su esposa corre el riesgo de ser ridiculizado por sus compañeros. El hombre y la esposa, separados como lo están en sus actividades económicas y sociales, son lentos para llegar a tenerse mutua confianza, pero dan crédito con presteza a los chismes o a las infidencias. Un incidente real ilustrará esto en la práctica.

Una joven esposa, pocos días después de su matrimonio, se encontró casualmente con uno de sus primos, quien la increpó por haberse casado con un hombre que mantenía relaciones con otra mujer. La muchacha creyó esta historia improvisada, sin saber que el primo odiaba a su esposo. Temerosa de preguntarle acerca de la historia, la joven se ensimismó hasta que su esposo principió a sospechar de su silencio y la acusó de estar interesada por otro hombre. Ella a su vez sospechó que su expresión de enojo tenía por objeto ocultar su propia duplicidad. Este desacuerdo, que al cabo fue remediado con la intervención de familiares, y un juicio por calumnia contra el primo malicioso, que culminó con buen éxito, no habrían ocurrido de no haber sido por la característica falta de confianza entre los jóvenes esposos.

La vigilancia continua de la suegra sobre los actos y movimientos de la nuera constituye otro motivo de fricción. La suegra considera que es su deber hacer de la joven esposa una trabajadora competente para que pueda contribuir a su sostenimiento y se convierta en un elemento provechoso para su marido. La advierte que no debe demorarse al hacer mandados y que no debe tener conversaciones prolongadas en la playa, porque corre el riesgo de caer en la tentación o de descarriarse por malos consejos. La joven hace todo lo que puede por reprimir sus sentimientos hacia la dominante suegra, hasta que al fin la tensi6n se rompe y principian los altercados. O puede ocurrir que la joven súbitamente trate de escapar y retornar a la casa de sus padres.

Si varios hermanos casados viven bajo el mismo techo, pueden ocurrir altercados entre las cuñadas. Cuando las condiciones en el hogar se vuelven intolerables y si la pareja ha estado en casa durante uno o dos años y tiene un hijo, la resolución más común es el establecimiento de una residencia separada. El padre y el hijo, con la ayuda de familiares y vecinos, construyen una casa nueva de adobe para el segundo, la que por lo general estará situada cerca de la de sus padres. El hijo continúa trabajando con su padre en el campo; su esposa sigue en contacto estrecho con sus suegros, a quienes se les une para hacer viajes al lago con el objeto de llevar agua, lavar o cambiarse consejos,. o para chismosear de patio a patio. Empero, la nueva familia come y duerme aparte y la nuera maneja su propia casa.

Cerca de la mitad de los primeros matrimonios culminan en una pronta separación. Como ellos no comparten nuestra costumbre de "citas" premaritales, los jóvenes de San Pedro sufren la prueba de la compatibilidad después del matrimonio, no antes. Sin embargo, una vez que el matrimonio se reproduce, por regla general es permanente.

Una persona de San Pedro se casa con alguna de los pueblos vecinos sólo en casos excepcionales. Estos matrimonios ocurren usualmente entre muchachas locales y trabajadores que llegan contratados al pueblo. Algunas de las familias poseen más tierras de las que pueden cultivar ellas solas, por lo cual se ven obligadas a contratar mozos de pueblos más pobres, pagándoles con maíz o en efectivo. Un gran terrateniente, para alimentar a sus trabajadores en las temporadas activas, lleva a sus hijas y a otras mujeres disponibles de su casa a una residencia temporal en el campo, donde muelen maíz y preparan comidas. Si las tierras no están muy lejos, los trabajadores a veces son albergados en la residencia del patrono en el pueblo.

Sea cual fuere el caso, las hijas solteras tienen la oportunidad de conocer hombres de otras comunidades y recibir propuestas de matrimonio. Hay padres que se oponen a estos matrimonios, porque consideren denigrante la condición de una muchacha que se casa con un trabajador que no posee tierras. Pero hay otros padres adinerados, particularmente si no tienen hijos varones o tienen pocos, que dan buena acogida a esas uniones, subordinando el orgullo a las consideraciones prácticas. El padre que ha empleado toda una vida en reunir un patrimonio con el objeto de poder hacer heredar algo substancioso a sus hijos, teme que su hija pueda casarse con un haragán local, que descuidará las tierras y que al final de cuentas se verá obligado a venderlas para poder pagar las deudas de sus borracheras. Sabe que un yerno que ha demostrado su capacidad para el trabajo duro, como laborante contratado, es la garantía más segura que pueda tener de que la parte de su patrimonio que corresponderá a su hija permanecerá intacta.
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A. Hábitos de trabajo. Las amas de casa llevan vidas excepcionalmente activas; se levantan antes del amanecer y trabajan hasta poco después del anochecer, cuando se acuestan. La molienda de maíz para las tortillas consume por lo menos cuatro horas del día. Dos horas se dedican a tejer, dos mas a lavar ropa y a llevar agua del lago y las horas restantes se emplean en cocinar, en cuidar de los niños, dar de comer a las aves de corral y quizás en regar las hortalizas a la orilla del pueblo. Algunas esposas viajan en lancha al pueblo de Santiago Atitlán, que tiene mercado, para vender tomates u otros productos similares. Las mujeres de las familias más pobres pueden ganarse varios centavos diarios acarreando agua para las familias más adineradas, que tienen muchos trabajadores contratados a quienes dar de comer, o tejiendo para los comerciantes locales que venden camisas nativas a las tiendas para turistas en la capital.

El día de trabajo de una mujer tiene muchas mas actividades que el día de un hombre y menos variación de un día a otro. Aún así, la mujer logra disminuir la monotonía del murmurando cuando muele o conversando acerca de los últimos chismes con las otras mujeres, de patio a patio, mientras tejiendo a la entrada de la casa. Los viajes para llevar agua y lavar son tareas pesados, pero se cuentan como distracción debido a la oportunidad que ofrecen de caminar, de trabajar con otras mujeres y de entretenerse en chismografía social. El regateo con vendedores ambulantes también suministra otra ocasión para satisfacerse. Lo regateo animado y prolongado ayuda a estirar su pequeña reserva de dinero, pero una ama de casa obtiene satisfacción en lograr una astuta ganga.

Los hombres emplean la mayor parte de su tiempo en labores agrícolas. Algunos caminan más de una hora para llegar a sus tierras. Si lo indique la temporada, desbrozan la tierra, siembran maíz, frijol, ca1labazas y cosechas menores; limpian, cultivan y calzan el maíz; cosechan y acarrean sus productos a los graneros y sus casas. Si tienen mucha tierra, contratan ayudantes; si tienen poca, trabajan parte del día para otros. Cortan leña para el fogón y la llevan a casa, trillan frijol en el patio, ponen a secar fibras de maguey para lazos, bolsas, hamacas y dogales, y en el tiempo seco, ayudan a sus vecinos a construir sus casas. Viajan a mercados cercanos o distantes para vender garbanzos y otros productos de venta y para comprar aperos de labranza, así como sombreros y sacos para uso formal.

Algunos hombres, en lugar de las labores agrícolas o como suplemento de ellas, ganan dinero trabajando como albañiles, carpinteros, pequeños tenderos, fabricantes de jabón, panaderos y carniceros. El pueblo es lo suficientemente grande para sostener cuatro carnicerías, cada una de las cuales abre durante tres días, tiempo en el que una res es vendida al - menudeo. Cada carnicero emplea parte de sus días ociosos en viajes a las tierras de la costa del Pacífico, a donde va con el objeto de comprar una res, que conduce de regreso a San Pedro.
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B. Diversiones. Los hombres se liberan del tedio del arduo trabajo en conversaciones frívolas con sus compañeros camino al trabajo, en los cambios de actividades obligados por temporadas, en los viajes comerciales a otros pueblos y en el desempeño de tareas administrativas que les permiten contar con largos períodos de ocio en el edificio de la alcaldía. En este lugar los hombres presencian juicios, escuchan los últimos escándalos, oyen la radio en el aparato de la misma alcaldía (cuando las baterías no están muertas), hacen lazos retorciendo fibras con la mano sobre el muslo desnudo y tejen, con un par de agujas de madera, bolsas de malla para hombres.

Pero la mayor fuente de diversión está en la serie de fiestas que se celebran a lo largo del año. Entre las festividades principales se cuentan la Semana Santa, la importante feria titular de San Pedro, y las seis que corresponden a los santos patronos de igual número de cofradías o hermandades laicas. Cada festividad dura cierto número de días y se ve alegrada por procesiones, coros, música de marimba y tambores, resonantes cohetes y bombas, atole de maíz condimentado con chile y ron de caña de azúcar. En algunas de estas ocasiones, grupos de hombres y niños interpretan bailes tradicionales con disfraces costosos y de mucho colorido. Durante la feria de San Pedro, los comerciantes visitantes forman un mercado temporal en la plaza del pueblo y allí venden confituras, frutas, joyería barata y juguetes de madera.

Los miembros de todas las cofradías, así como el cuerpo de empleados municipales, participan en las procesiones religiosas, engrosando el número de participantes activos hasta mucho más allá de cien personas, además de los coros, músicos y bailarines. Grupos de niños corren tras el pintoresco desfile, que principia y termina en la iglesia, y se detiene en cada una de las sedes de las cofradías dispersas por todo el pueblo. Muchos hombres que no tienen que ver directamente con la fiesta encuentran ocasiones para emborracharse. Las mujeres abandonan sus casas a ratos, alineándose a lo largo de la calle para presenciar las ceremonias, la mayoría de las cuales son lentas y de un carácter más grave que alegre. El comentario popular, "Qué alegre está!", se refiere, no al movimiento o humor de las festividades, sino a las multitudes en la calle. La alegría depende de los números, no del movimiento; es lo contrario de la soledad.

Las familias que tienen tiempo para hacerlo visitan ferias y fiestas en otros poblados, caminando laboriosamente hacia arriba en los senderos de la montaña con los niños, mezclándose con las multitudes y observando los productos de venta en el mercado, y con frecuencia retornan a casa con frutas y dulces para los hijos de los vecinos.
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C. Servicio publico. Todos los hombres están obligados a desempeñar periódicamente cargos administrativos, desde ayudante de alguacil hasta alcalde y juez, y a llenar una serie de cargos escalonados en la organización ceremonial, que consiste esencialmente de seis cofradías o hermandades católicas, establecidas para venerar a ciertos santos y efectuar celebraciones en su honor. Se acostumbra que cada ciudadano, entre las edades de 18 y 60 años, preste servicio durante un año, de cada tres o cuatro, en algún cargo civil o ceremonial, desempeñándolo alternativamente en los dos sistemas. Con excepción de los más altos cargos administrativos que requieren asistencia de tiempo completo en la alcaldía, la mayor parte sólo son de medio tiempo. Un hombre común contribuye a la comunidad aproximadamente con una octava parte del total de sus horas de trabajo.

Muchos de los cargos requieren la contribución de fondos personales y de tiempo. Ello ocurre especialmente en el caso de las posiciones más altas en la organización religiosa, que exigen fuertes gastos para alimentos y bebidas durante las fiestas. Los hombres progresan sistemáticamente, de los cargos inferiores a los superiores. Cuando reciben los nombramientos de mayor responsabilidad, sus hijos ya tienen la suficiente edad para ayudarlos a acumular el maíz y el dinero necesarios. Muchos de los designados aceptan el nombramiento con renuencia y proclaman su incapacidad para hacer el sacrificio. Sin embargo, aceptan cuando se les indica que todos deben sacrificarse por el bien común. Son empujados hacia arriba a lo largo del curso de la escala del servicio por la presión de la opinión pública, pero, al acercarse a la cima, se les induce a aceptar los últimos peldaños difíciles con la perspectiva de gozar de la exultada posición de mayor del pueblo, que es un cargo honorífico reservado para aquellos que han contribuido al servicio público a cabalidad. La obligación de un hombre para su comunidad se cumple de manera formal cuando se ha hecho cargo sucesivamente de tres cofradías, con toda la ostentación y gastos que ello implica.

Los mayores se reúnen en las grandes fiestas religiosas, con pañuelos rojos atados en la cabeza como símbolo de su posición, y responden con dignidad a los saludos deferentes y besamanos de quienes les encuentran. De vez en cuando se reúnan en sesión para deliberar sobre los problemas de la comunidad. tales como la recaudación de fondos destinados a reparar la iglesia, o la conveniencia de introducir el agua hasta la plaza central. La reunión es convocada por una delegación de munícipes, incluyendo un tambor, que visita la casa de los mayores en el orden de antigüedad. Los mayores de más alta jerarquía alcanzan edades entre setenta u ochenta años.
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D. Recompensa a la mujer. Una de las posiciones en la organización ceremonial la llenan ciertas jóvenes solteras que son asignadas a las cofradías para moler maíz a la víspera de las fiestas y para llevar velas en las procesiones religiosas. Con esta sola excepción, las mujeres no desempeñan cargos comunales en San Pedro. Sin embargo, el sentido de importancia de la mujer aumenta con la edad, la que de por sí evoca respeto; por un lado, porque comparte el prestigio de su marido conforme éste asciende en la jerarquía cívico-ceremonial; y por otro, al asumir autoridad sobre los miembros de menor edad de su familia. Como consecuencia de someterse al dominio maternal, en su casa, y más tarde como joven esposa, bajo el control de su suegra, una mujer adquiere autoridad y reclama para sí la deferencia y obediencia de sus hijos, nueras y nietos.

La mujer permanece durante toda su vida subordinada a su esposo, quien representa a la familia ante el público. Pero el marido muy pocas veces interfiere en los asuntos de las mujeres, y permite a su esposa el predominio completo en el manejo domestico. Ella puede quedarse con el dinero que gana en pequeñas ventas y servicios que presta y lo puede gastar como quiera; la distribución de las tareas a las otras mujeres de la casa es responsabilidad suya. Algunas mujeres se vuelven dignas conforme aumenta su importancia; otras explotan su poder, exigiendo la misma sumisión estricta a la que ellas estuvieron sujetas una vez.
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